La Celtiberia, que tiene como referencia natural y simbólica -a modo de monte “sagrado”- al Moncayo, se extiende por el reborde montañoso, donde se encajan las Cordilleras Ibérica y Central, en las divisorias del Tajo, Ebro y Duero. Los historiadores la describen como áspera y montañosa, azotada por el cierzo y, por lo general, estéril, diferenciando la Citerior, de mayores posibilidades agrícolas, y más abierta a influencias mediterráneas, y la Ulterior, circunscrita al Alto Duero, de predominio ganadero, y más alejada. Los textos citan como pueblos celtibéricos a arévacos, lusones, titos y bellos, a los que se añaden los pelendones.
La Cultura Celtibérica se inicia, a partir del siglo VI a.C., organizándose en pequeños poblados de tipo castreño, fuertemente defendidos, pero irá haciéndose cada vez más compleja, desarrollando las ciudades en su etapa final: Numancia, Uxama, Termes, Arecoratas, Clunia, Turiaso, Bursao, Segeda, Contrebia Leucade, Contrebia Belaisca, Bilbilis, Segobriga, Ercavica. Estas ciudades-estado se configuraron como centros organizadores, administrativos y políticos de su territorio. Roma iniciará la conquista de esta zona, a partir del 200 a.C., desarrollándose las Guerras Celtibéricas, entre el 153 y el 133 a. C. que concluirán con la destrucción de la ciudad de Numancia y el control la Celtiberia.
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